(Conversación real en el hospital de Hellín)
Hoy he ido al dermatólogo. Voy
cada tres meses para controlar el tratamiento de la psoriasis. Hay cosas que
siempre estarán conmigo. La consulta se encuentra justo al lado de ginecología
y los pacientes nos sentamos en el mismo banco. Algunas mujeres no lo saben y
hasta que no se dan cuenta, me miran como si fuera un extraterrestre. La gente
que llega trae consigo el frío y las prisas de la calle, pero al poco de
sentarse ya parece que estuvieran siglos esperando. Se diría que nos
convertimos en parte del decorado, en plantas de plástico cubiertas de polvo. Hablamos
poco, si acaso del tiempo o alguien dice: «Hay que ver lo mal que está todo.»
Cuando se abre la puerta de la consulta, estiramos el cuello como pajaritos en
busca de alimento, pero siempre es a otro al que llaman. Yo miro el móvil o a
los pies de las que tengo delante, no sé qué decir. Ya sabes, es una idea que
no me quito de la cabeza, ya sabes, es incómodo: son mujeres que me las
encontraría en misa, si fuera…
Pero hoy habían dos chicas
jóvenes. Ya estaban allí cuando yo he llegado; al rato he deducido que era la
primera vez que iban al ginecólogo, solo una, la otra iba de comparsa.
—Mierda, se me ha olvidado coger
las llaves —ha dicho una.
—Que te abra él —ha dicho la
otra.
—Últimamente se me olvidan mucho
las cosas.
—Sí, el sábado se te olvidó que
tenías novio.
—Fue el alcohol.
—Sí, tía, el alcohol.
—Es que es muy soso.
—Ya.
—Es tan soso que no vale ni para
el cigarro.
—¿Y qué vas a hacer?
—Cómo que qué voy a hacer, pues
nada.
La que estaba a mi lado ha
cambiado de postura y la amnésica ha seguido hablando.
—Es que no sabe besar ¿sabes? Eso
de calentar no se le da muy bien.
—Claro.
—Luego tiene aguante y eso, pero
no sabe besar. Así como algunos te llenan de babas y una se queda… pero no sabe
besar.
—¿Y el del sábado?
—Ni me acuerdo, tía, lo tengo que
llamar. Oye, no te dará vergüenza…
—No, no, pero...
Entonces se ha abierto la puerta
de ginecología y han llamado a la amnésica. La otra también se ha levantado y la ha seguido, pero antes
de entrar y en voz alta le ha dicho.
—Eh, tía, cuando te metan eso, ¿te
cojo la mano?