jueves, 13 de marzo de 2014

¿Sois autobuses?



−Los lunes y los miércoles son los días de los asesinatos; los martes y los jueves, de los suicidios. ¿Te enteras?
−Sí.
−¿Lunes y miércoles?
−Asesinatos.
−¿Martes y jueves?
−Suicidios.
−¿Viernes y sábado?
−Eh… No sé, no me lo ha dicho.
−Eso no es excusa. Viernes y sábado ejecutamos a los sidosos. El domingo puedes ir a sodomizar cabras.
Al agente Niceto le cabrea tener que explicar las cosas.
−El aspirante a asesino se persona en las dependencias y rellena los impresos A7/C y A7/D. Datos personales, preferencias… o sea, modalidad: el clásico acuchillamiento, hachazo limpio, etcétera. En oficinas le sellan los papeles y le etiquetan el arma homicida, que se queda en las dependencias hasta que se le asigne víctima y fecha del crimen.
−¿Se refiere a las dependencias policiales?
−¿Vas vestido de torero?
−…No.
−¿Y yo? ¿Voy en traje de luces? —A la mesa de al lado—: ¡Fermín!, ¿Voy en traje de luces?
−No, Niceto.
Al nuevo compañero:
−¿Es esto una plaza de toros, soplapollas?
−No. Es una comisaría.
Niceto resopla. Prefiere patear las calles hasta que la niebla le escurra por detrás de las orejas. No hay nada como apalear a los mendigos por la mañana. La comisaría huele a papel, a ruido caliente de ordenadores. Huele a sudor de plástico, a impresora. El timbre de los teléfonos rebota en las paredes. Los fluorescentes blanquean el trajín, mecanizan las conversaciones y los movimientos abúlicos de los policías. El nuevo es un niñato afeminado que asiente y toma notas.
−La víctima tiene que rellenar el impreso V7/C, y el V7/D, que son iguales que el A7/C y el A7/D, salvo que en el V7/D hay un recuadro de libre redacción; el que no lo deja en blanco lo dedica a insultar a la familia. Oficinas nos pasa los perfiles y el Afiniti  los empareja con cien por cien de compatibilidad.  Las víctimas suelen ser suicidas sin cojones y, como hay cola y el papeleo se eterniza, algunas se echan atrás. Pero eso no es inconveniente: que la víctima se resista le da romanticismo al asesinato y se luce de la hostia.
Disculpe, pero… ¿podría ir más despacio?
No, ¿any problem?
Perdone, pero… ¿qué es el Afiniti?
No jodas que no sabes qué es el Afiniti. Claro, en tráfico tenéis bastante con desentrañar rotondas. Es un programa informático que, basándose en los datos de los perfiles, asocia a los aspirantes con mayor grado de afinidad. Oye, ¿tú te pajeas?, seguro que te pajeas mirando fotos de cabras.
Y prorrumpe en carcajadas ante la mirada atónita del novato, que se remueve incómodo en el asiento. La hilaridad de Niceto crece  hasta el punto que se le ruborizan los mofletes y se le encharcan los ojos. De pronto, como si alguien pulsara un interruptor en su cabeza, solemniza el rictus y continúa hablando.
Los suicidios llevan menos faena. El suicida tiene que rellenar el impreso V7/C. También hay un recuadro de libre redacción, pero no se admiten tostones filosóficos, sólo insultar a la familia. La fecha de la muerte se le notifica por sms. Nosotros nos personamos en su casa y nos ocupamos de que todo se haga conforme a los documentos. ¿Te coscas o no te coscas?
−Sí, señor.
−¡Oh, no! No me llames señor —dice abrumado—. Ya que vamos a ser compañeros llámame… amo o excelencia…  no, mejor alteza… no, mejor… ¿Estamos?
−…Sí.
−¿Sí qué?
−Sí…¿estamos?
  La instrucción del nuevo, al que había tachado de inepto nada más verle las trazas y ahora de subnormal, agudiza la asfixia que le produce el trabajo de oficina. Hay un dispensador de agua al fondo del pasillo, junto a la sala de interrogatorios y la máquina del café. El botellón está ligeramente quebrado y resuda. Cuando se forma una gota en la superficie del plástico una pequeña burbuja emerge y explota en sus oídos. Legajos de informes cambian de mesa sin que nadie los concluya, van ajándose hasta que alguien los cuña y los confina en el archivo. La puerta del archivo se abre y exhala un aliento de fosa que se estampa en el flequillo ralo de Niceto. Fermín siempre se sienta en borde de la silla, inclina la espalda hacia delante y apoya los antebrazos a lo ancho de la mesa. Posa la barbilla sobre los dedos enlazados y lee una revista. Los anteojos se deslizan por su nariz punteada de gotitas brillantes y poros sucios; a Niceto le repugnan las marcas rosáceas que el armazón de las lentes graba en la piel de Fermín. Más lejos se encuentra el despacho del comisario. En estos momentos reprende a alguien tras el cristal; los improperios empañan el cristal y  avanzan amortiguados hacia su rostro pansido.
Le llamaré como quiera —dice el nuevo—. ¿Sabe?, para mí es un honor trabajar con usted.
Niceto cuenta con dos condecoraciones; una por descubrir y quemar una biblioteca clandestina en el Otoño de las Manos Frías, durante la purga literaria; otra, hace poco, por denunciar a su antiguo compañero ante la Comisión de Culto al Líder, que se encarga de velar por que la adoración al caudillo sea unánime y apasionada, y de detectar posibles «fisuras» y «depurarlas». Niceto se percató de que Willy sólo movía los labios durante el himno y en una ocasión le oyó sugerir que el Amadísimo, tal vez, se estuviera haciendo viejo.  Se puso en marcha una investigación secreta; ya se sabe, se encontraron indicios que llevaron a conclusiones, se le acusó de planear un atentado contra el Líder y Willy desapareció de la faz de la tierra.
En principio, a Niceto le iban a preparar una ceremonia por todo lo alto; nada menos que Stuart de Dios, ministro de Interior y Adoctrinamiento, le impondría la medalla. Su foto saldría en la portada de los periódicos, lo aclamarían como héroe nacional y el Amadísimo le invitaría a tomar café todas las tardes; tales cumbres alcanzaban las quimeras de Niceto, aunque supiese que el pueblo cree a ciegas en la inmortalidad del Amadísimo, y no concibe que una bala del 39 pueda ocasionarle algún daño.
En el último momento, a Stuart de Dios lo requirieron asuntos de vital importancia, el acto se canceló y en su lugar un funcionario de poca monta le entregó la distinción en el parking de la comisaría y le estrechó una mano fofa y húmeda. Encima, en vez de tocarle un adlátere hosco y feo, que escupa y maldiga, le encasquetan un pimpollo, muy rubio y muy finolis, perfumado, que lo mira con devoción. Esto le toca las pelotas a cualquiera.
−¿Y tú cómo te llamas, capullito?
−Sereno García.
−No me gusta. Te vas a llamar Capullito.
−Pepero…
−Se me calle.
−Pe…
−Chitón. Lo de los sidosos está claro, ¿no? Cumplimos la ley de saneamiento; se les electrocuta y punto.
Faltan unos segundos para que den las 9. Dejan de sonar los teléfonos, de gruñir las impresoras. Todos los agentes suspenden sus asuntos y forman frente al retrato del Amadísimo. Cada uno ocupa su puesto. Ninguno se retrasa. Fermín tiene calculados los pasos que dista cualquier rincón de la comisaría hasta el retrato del Amadísimo, y el tiempo que tarda en recorrerlos según le apriete el reuma. La estampa es igual que la que uno se puede encontrar en los ministerios, los colegios, los hospitales, las fábricas, las granjas, las casas ricas y las pobres, en los restaurantes y en las casetas de racionamiento, no sólo en la capital sino en todo el país. La misma imagen se reproduce en los cines (antes de que comiencen y al terminar las películas, basadas todas en sus «proezas bélicas contra los mundos depravados de afuera») y en la cabecera de los noticiarios, incluso hay dos canales de televisión que se ciñen a emitir la imagen del Amadísimo con el himno de fondo las 24 horas del día, y son los de mayor audiencia (junto con el Chánel 5, que programa constantemente las 19 temporadas de los Power Rangers). En la estampa, el Amadísimo aparece montado en un semental castaño con la crin al viento que pisotea dos leones. Va vestido con el uniforme de Power Ranger Negro, sin casco. El retrato se pintó cuando tenía 39 años, atendiendo en la era digital a una más de sus veleidades, pero sus facciones son aniñadas: mentón retraído, boca diminuta, pegada a la nariz, frente ancha y pelo arremolinado. Con una mano sujeta las riendas y con la otra blande una rosa y una espada. De fondo hay unas montañas nevadas, empequeñecidas, y un sol también raquítico en comparación con su facha resplandeciente. Cuando son las 9 en punto de la mañana, el país entero se detiene y, con entusiasmo, el brazo alzado, canta el himno:
¡Oh, Amadísimo!
¡Oh, amante amador de todos!
¡De todos, padre!
¡El hierro y la flor en tu mano!
¡Tu gloria nos hace grandes!

En la comisaría, el comisario grita con ojos chispeantes:
—¡Go go!
A lo que todos responden al unísono:
—¡Power Rangers!
Y de nuevo:
—¡Go go!
—¡Power Rangers!
Da un paso al frente y se gira para ver bien a sus hombres. Guardan un adoquín de distancia; los pies juntos, el brazo tenso, el mentón apuntando al techo. «Fermín, ratón de oficina —piensa el comisario—. Luis, simplón y musculoso, ideal para transportar cadáveres. Kevin, Robert, Santos, Niceto…»
−¡¿Sois autobuses?! —dice.
Un silencio interrogativo se expande por la sala. Fermín se estira de tal modo que se tambalea. El comisario está frente a él.
Decidme, coño, ¿Sois autobuses?, Fermín, ¿eres un autobús?
−¡No, señor!
Rápidamente el comisario echa mano de su pistola, pero se le engancha en la funda y tiene que tirar varias veces. En ese instante, Fermín suda a chorros, las sienes le van a estallar, ¿por qué le pesan tanto las orejas, va a morir ahora, por qué mierda le pesan tanto las orejas?, sólo se le ocurre decir: Tiene que abrir la, pero antes de que termine la frase el comisario le ha pegado un tiro.
Los demás procuran mantener el tipo, se oye algún jadeo, algún llanto.
El comisario sigue andando y tiene que dar un saltito para no pisar la sangre de Fermín.
—¡Joder, ¿sois autobuses o no?!
 Alguien le da un pañuelo al comisario para que se limpie. Se para frente a Niceto, que tiene en la cabeza millones de respuestas, que tiene la cara llena de salpicaduras de sangre, que se ha meado encima, que se echa a llorar; pero el comisario le tiende el pañuelo y sigue andando. Mira a Santos, que tiene una mota de sesos en el labio que le pica una barbaridad pero que no se mueve ni un milímetro, que mira una grieta en el techo como si viera a Dios. Pasa frente a Capullito, que sólo piensa en su madre, y retrocede de nuevo hasta Niceto, que está terminando de limpiarse ya más tranquilo.
—Dime, hijo, ¿Eres un autobús o no?
—¡Sí, señor! —contesta Niceto.
Y el comisario le pega un tiro en la cabeza y su cuerpo cae como una mierda densa en el váter. En la cabeza, y su cuerpo cae como una mierda densa en el váter.