viernes, 27 de diciembre de 2013

3,60 el kilogramo


Los corderos viven tranquilos. Sus únicas preocupaciones son mordisquear la paja y chupar de la ubre de su madre. Cerca de la noche, cuando se oyen los cencerros en el monte, golpean con la pata en el suelo, levantan la cabeza. El ganado serpentea entre los pinos y acelera el paso y el perro ladra. A esas horas los cuervos ya no se reflejan en el agua del pilón. Cuando maman, su madre los lame y les olisquea el rabo, ellos empujan con más fuerza, se estremecen del gusto. Las ovejas reconocen a su cría por el olor y el balido. Reconocen el olor y el balido de su cría en medio de una nube de olores y balidos que viaja por el campo y ensucia las aljumas. Si están sanos, les reluce tanto el pelo que deslumbra. A veces corren de un lado a otro de la cerca y juegan a toparse, triscan. Son frioleros, en cuanto sale el sol se tienden, apoyan la cabeza sobre el que tienen al lado. Están en la gloria porque van cerrando los ojos y sueñan, digo yo que soñarán, con lo que quiera que sueñen los corderos, supongo que con ubres prietas de leche. Para entonces el agua es plateada y puedo arreglarme los rizos.