martes, 8 de enero de 2013

CABALLERO BONALD VS LAS AUTOVÍAS







   Hace unos meses vi en la televisión que a Caballero Bonald le otorgaban el premio Cervantes. Jamás lo había visto, no había leído nada suyo. En la pantalla apareció un viejo con los párpados caídos y úlceras en las mejillas, con una barba que le colgaba del mentón como un matojo seco cuelga de las rocas. Hablaba de la duda como solo se les permite hablar a los escritores premiados o a los esquizofrénicos, y al verlo me dije que el oficio de escritor puede ser el más devastador. También me dije que los jurados de los premios esperan tanto que el galardonado no sabe si se trata del reconocimiento a su carrera o a la inminencia de su muerte. 
   Enseguida fui a anotar su nombre en mi lista de autores pendientes, que es casi tan larga como mi lista de novias pendientes. Le pedí a un amigo que me recomendara algún libro suyo, pero por esa época mi amigo acababa de salir de un centro de desintoxicación. Entonces alguien dijo que  por las mañanas conviene llevar chaqueta y yo, a través de una conexión inexplicable, recordé que sí había leído algo de Caballero Bonald. Hace mucho tiempo, un artículo en el que criticaba las autovías. Dicho así uno puede pensar que por escribir se puso a escribir de cualquier cosa, como si un cirujano por operar se pusiera a manejar una retroexcavadora. En realidad Caballero Bonald se valía de la anécdota para alcanzar la categoría. En su artículo aboga por realizar viajes pausados y contemplativos, en los que se pueda admirar el campo y las gentes y el tránsito adquiera cierta profundidad. Con ello vituperaba el progreso deshumanizado, un progreso acérrimo en el que la inmediatez no ha de conllevar necesariamente bienestar. Me pareció una idea acertada. Y todo eso escrito con una prosa que bien podría haberle valido el premio, cuando era más joven y hubiese disfrutado malgastando el dinero.

   Ahora pienso que criticar el progreso es una moda, se ha convertido en una pose que defienden los mismos que hacen transferencias por el iphone.
   Al campo quieren ir los que lo han visto en cuadros de Monet. En el campo hay moscas y polvo, y hace viento y frío. Los campesinos no tocan el arpa junto a la hoguera sino que matan conejos a pedradas, o simplemente no hablan, no hablan ni con sus madres.
   Las carreteras secundarias están plagadas de baches y curvas; a sus orillas no hay fondas encantadoras sino  puticlubs y garitos sucios con camioneros que se tiran eructos y una señora gorda que te mira como si fueras su yerno.
   Las autovías nos ahorran visitas al taller y al psicólogo. Nos permiten llegar a tiempo a un hospital en el que hay multitud de aparatos prodigiosos que nos salvan la vida. De vez en cuando está bien mirar atrás, pero si es por el espejo retrovisor de un coche automático, en una autovía recta, llana y segura, mucho mejor.  

   A mí me dieron una copa de latón por quedar segundo en un campeonato de lanzamiento de azada. La tengo en la estantería y a veces salgo con ella a la calle y se la enseño a mis novias pendientes.